El Evangelio de la mañana del Domingo de Pascua es de Juan 20:1-9, donde el primer discípulo que llegó al sepulcro "vio y creyó" (20:8). Los primeros discípulos pasaron de la "falta de fe" a la "fe completa". Solo entonces comprendieron que las Escrituras, que enseñaban que Jesús debía resucitar de entre los muertos, se habían cumplido. La oscuridad de la incredulidad que dio origen a este relato —"era muy temprano, y aún estaba oscuro"— se ha transformado en la luz de la fe.
En estos tiempos difíciles, conviene recordar la fe inconmovible de la Iglesia escondida. La persecución ha sido una constante en la historia Cristiana, con distintos grados de crueldad, comenzando con el rechazo Judío y la persecución Romana, y continuando en países totalitarios y Musulmanes donde los Cristianos son minoría.
En el mundo actual, la persecución puede manifestarse de maneras sutiles, como menospreciar y minimizar nuestra fe. En esta era de la información y la tecnología, existe una presión cultural para verlo todo sin asignar valor a ningún principio moral, sistema filosófico o creencia religiosa. Todas las perspectivas y afirmaciones se acercan como si fueran iguales e igualmente válidas. Esta franqueza posmoderna desafía la lógica.
La indiferencia hacia todo lo verdadero o valioso no es excusa para este fatal viaje hacia un abismo oscuro. En cambio, el viaje de la oscuridad a la luz está disponible para todos. La Pascua nos invita a leer las señales del Señor resucitado entre nosotros.
Podemos preguntarnos si nos hemos vuelto demasiado expertos u horizontales sobre la vida y descuidamos lo eterno y trascendental. ¿Es nuestra cosmovisión, supuestamente "científica", tan sofisticada y avanzada que la fe Católica se ha convertido en un mito antiguo e irrelevante o en un inconveniente práctico? ¿O nuestra frustración con el liderazgo de la Iglesia dificulta nuestra relación con el Señor? No importa cuál sea nuestra situación actual, el mensaje del Evangelio sigue siendo una invitación y un desafío para todos nosotros. Jesús siempre está ahí para nosotros con paciencia y comprensión, con amor y misericordia. Si nos quedamos atrapados en el sentimentalismo posmoderno, estamos en camino a una colisión con el contenido de nuestro culto.
La Eucaristía trata sobre nuestra salvación y nuestro destino, o no es nada. Por eso, oramos: «Que el Señor resucitado sople en nuestras mentes y abra nuestros ojos para que lo conozcamos al partir el pan y lo sigamos en su vida resucitada».
Cristo Resucitado nos moldea en su Cuerpo, la Iglesia, al participar de su cuerpo y sangre. Él forma nuestra identidad y nos une en uno solo. Ricos o pobres, conservadores o liberales, devotos o no tan piadosos, todos estamos llamados a ser uno con el Señor y los unos con los otros. ¡Que dejemos atrás nuestros capullos añejos y abracemos el cuerpo resucitado del Señor! ¡Jesucristo ha resucitado hoy! ¡Alegrémonos! Él quiere que nos levantemos de los escombros del pecado y de la oscuridad para recibir el don de una nueva vida que tiene para nosotros.
Resurrexit sicut dixit, ¡Aleluya!
¡Felices Pascuas para todos!
Padre Paul D. Lee