♫♪ “And now, the end is near… ♫♪,” Frank Sinatra sings. He insists that he did it “his way.”
The Church’s liturgical year is actually coming to an end and invites us not to do it our way. Most of this past year, we have probably done it our way. We have most likely relied too much on our intelligence and have dealt with others according to our way of making justice, attempted to overcome the obstacles and crosses of life thinking that life is more meaningful when there is no suffering. What has the result been? Many of us are frustrated and tired of doing it “our way.”
The Church gives us the answer and presents to us, The Man, Jesus Christ, King of the Universe, who lived according to his Father’s “way.” The Church invites us to contemplate the sovereignty of Jesus Christ over all creation, a kingship that is not rooted in earthly power or domination but in love, mercy, freedom, and truth. The Church desires to give us the same spirit of Christ and experience the freedom of following the Father’s “way.”
Today’s celebration speaks about hope, which Pope Benedict XVI explored in his encyclical Spe Salvi. Hope, as Benedict reminds us, is not mere optimism or wishful thinking; it is a “trustworthy hope” (SS, 1) grounded in the reality of Christ’s victory over sin and death—a victory that establishes Him as King of the universe and of our hearts. Hope is the anchor of the soul, sustaining us through the storms of life (see SS, 3). For Christians, this anchor is securely fastened to Christ the King, who reigns not from a throne of gold (as many of us would like) but from the wood of the Cross, the tree of life. His kingship assures us that our lives are not subject to the tyranny of death. Instead, they are meant to be in eternal communion with Him. This is the hope that saves—not only at the end of our lives but in every moment.
We often hear of the final judgment (see Mt 25:31-46), where Christ reigns as the just and merciful King. In this vision, Christ calls us to see Him in the hungry, the thirsty, … the other (including our enemies!). Benedict XVI speaks of how hope transforms our lives here and now: “The Christian message was not only 'informative' but 'performative.' That means: the Gospel is not merely a communication of things that can be known—it is one that makes things happen and is life-changing” (SS, 2). When we embrace Christ’s kingship, our hope compels us to live differently, to extend His reign through acts of love and justice. The Church wants us to have life. Benedict writes, “Life in its true sense is not something we have exclusively in or from ourselves: it is a relationship. And life in its totality is a relationship with Him who is the source of life” (SS, 27). As we await the final revelation of Christ’s kingship, we live in a dynamic relationship with Him, trusting that He provides what we need to be holy.
Christian hope is communal. “No one lives alone. No one sins alone. No one is saved alone” (SS, 48). The kingship of Christ unites all humanity under His rule of love, drawing us into a community of hope. The Church, as His Body, becomes the visible sign of this hope, proclaiming through word and deed that Christ is King and that His Kingdom will have no end.
Only being grafted to Christ the King, we will be able to experience the joy of doing it God’s “way.” \
Fr. Juan Pablo Noboa Y Ahora, el Final esta Cerca
♫♪ “Y ahora, el final está cerca… ♫♪,” canta Frank Sinatra. Insiste en que lo hizo “a su manera.”
El año litúrgico de la Iglesia, en cambio, está llegando a su fin y nos invita a no hacerlo a nuestra manera. Durante gran parte de este año, probablemente lo hemos hecho a nuestra manera. Es muy probable que hayamos confiado demasiado en nuestra inteligencia, que hayamos tratado a los demás según nuestra forma de hacer justicia, y que hayamos intentado superar los obstáculos y cruces de la vida pensando que la vida es más significativa cuando no hay sufrimiento. ¿Cuál ha sido el resultado? Muchos de nosotros estamos frustrados y cansados de hacerlo “a nuestra manera.” La Iglesia nos da la respuesta y nos presenta al Hombre, Jesucristo, Rey del Universo, quien vivió según la “manera” de su Padre. La Iglesia nos invita a contemplar la soberanía de Jesucristo sobre toda la creación, una realeza que no se fundamenta en el poder terrenal o la dominación, sino en el amor, la misericordia, la libertad y la verdad. La Iglesia desea darnos el mismo espíritu de Cristo para que experimentemos la libertad de seguir la “manera” del Padre.
La celebración de hoy habla de esperanza, una virtud que el Papa Benedicto XVI exploró profundamente en su encíclica Spe Salvi. La esperanza, como nos recuerda Benedicto, no es un mero optimismo o un deseo superficial; es una “esperanza fiable” (SS, 1) que se fundamenta en la realidad de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, una victoria que lo establece como Rey del universo y de nuestros corazones. La esperanza es el ancla del alma que nos sostiene en medio de las tormentas de la vida (cf. SS, 3). Para los cristianos, este ancla está firmemente asegurada en Cristo Rey, quien no reina desde un trono de oro (como muchos de nosotros quisiéramos), sino desde el madero de la Cruz, el árbol de la vida. Su realeza nos asegura que nuestras vidas no están sujetas a la tiranía de la muerte, sino que están destinadas a una comunión eterna con Él. Esta es la esperanza que salva, no solo al final de nuestras vidas, sino en cada momento.
A menudo escuchamos sobre el juicio final (cf. Mt 25, 31-46), donde Cristo reina como el Rey justo y misericordioso. En esta visión, Cristo nos llama a verlo en los hambrientos, los sedientos... en el otro (¡incluidos nuestros enemigos!). Benedicto XVI nos habla de cómo la esperanza transforma nuestras vidas aquí y ahora: “El mensaje cristiano no era solo ‘informativo’, sino ‘performativo’. Es decir, el Evangelio no es solo una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que provoca hechos y cambia la vida” (SS, 2). Cuando abrazamos la realeza de Cristo, nuestra esperanza nos impulsa a vivir de manera diferente, a extender su reino a través de actos de amor y justicia.
La Iglesia quiere que tengamos vida. Benedicto escribe: “La vida, en su verdadero sentido, no es algo que tenemos únicamente en o desde nosotros mismos: es una relación. Y la vida en su totalidad es una relación con Aquel que es la fuente de la vida” (SS, 27). Mientras esperamos la revelación final de la realeza de Cristo, vivimos en una relación dinámica con Él, confiando en que Él provee lo que necesitamos para ser santos. La esperanza cristiana es comunitaria. “Nadie vive solo. Nadie peca solo. Nadie se salva solo” (SS, 48). La realeza de Cristo une a toda la humanidad bajo su reinado de amor, atrayéndonos a una comunidad de esperanza. La Iglesia, como su Cuerpo, se convierte en el signo visible de esta esperanza, proclamando con palabras y obras que Cristo es Rey y que su Reino no tendrá fin.
Solo estando injertados en Cristo Rey, podremos experimentar la alegría de hacerlo a la “manera” de Dios.