Así como escuchamos de Isaías en nuestra primera lectura de este domingo, el pueblo de Israel sintió como si el cielo estuviera cerrado y por eso el Señor no podía escuchar sus oraciones. Esta oración desesperada de Isaías por la liberación del Señor del humillante y opresivo exilio babilónico también puede ser recitada por los cristianos norcoreanos que viven bajo condiciones de miseria y de persecución total por parte de los comunistas ateos durante más de 70 años. Esas personas viven allí como rehenes en su propio país.
En ocasiones también podemos sentirnos ansiosos y angustiados hasta el punto de desesperarnos. Nada parece resultar como queremos. Es posible que nos sintamos atrapados en un callejón sin salida. Podría ser la actual polarización política tóxica, acontecimientos mundiales preocupantes o, en un nivel más individual, finanzas personales, situaciones familiares, problemas con nuestros hijos, etc. Y clamamos en nuestras desesperadas oraciones a Dios.
El Adviento es acerca de una reorientación fundamental de nuestro pensamiento y actitud, así como de nuestras prioridades personales y comunitarias. Si sentimos que estamos atrapados en un terreno pantanoso y sin saber cómo salir, buscamos ayuda. Si hay una obstrucción en nuestras venas, es hora de considerar la cirugía de bypass u otros procedimientos. Si hay una desconexión entre las instituciones y las actitudes en la promoción del bien común, es hora de realizar un reordenamiento estructural y una reconexión. Si estamos acostumbrados a confiar en nuestro propio ingenio y capacidad sin saber cómo salir del oscuro abismo, debemos aprender a confiar en Dios y en Su providencia.
Juan Casiano (c. 360-430), maestro espiritual, tiene un consejo en este proyecto de reorientación y reconstrucción del Adviento para la venida del Señor. Nos invita a hacer un trabajo interior (de moderación) renunciando a nuestro apego a los pensamientos sin sentido sobre ocho temas: comida, sexo, cosas, ira, abatimiento, desidia (cansancio del alma), vanagloria y orgullo (ver su obra The Institutos [Nueva York 2000]). Hacemos esto para “tener los ojos de nuestra alma puestos en el lugar al que debemos esperar llegar en algún momento (p. 98)”.
El Señor está listo para abrir los cielos y descender entre nosotros. De hecho, Él abrió los cielos y envió a su Hijo que nos muestra el camino, que es lo que celebramos durante el Adviento. Y estamos invitados a reimaginar nuestra forma de pensar y vivir. A veces, en lugar de arreglar aquí y allá, necesitamos demoler las viejas estructuras para construir algo que realmente necesitamos y queremos. La construcción a veces implica demolición y reconstrucción.
La oración es indispensable y comprender el camino de Dios es fundamental. Nuestra participación devota y atenta en la liturgia de Adviento agudizará nuestra visión, mientras que el Sacramento de la Reconciliación nos ayudará a estar más preparados para la venida del Señor. Que nuestro gozoso Adviento nos lleve a una Navidad vivificante para que “¡toda carne vea la salvación de Dios!”
Padre Paul D. Lee