Nos cansamos de escuchar las constantes patrañas del demonio y de fuerzas letales. La invasión no provocada de Rusia a Ucrania continúa amenazando la paz mundial. Tantas personas sufren de violencia armada en este país, la trata de personas en todo el mundo, la privación de los derechos humanos básicos en muchos países, etc. A nivel individual y social, nos encontramos con una ignorancia corregible pero persistente, la incapacidad para reformarse y arrepentirse, carcomiendo y destruyendo todas las cosas buenas sin admitir la propia culpabilidad. Estos síntomas se encuentran con frecuencia entre individuos y gobiernos arrogantes y egoístas. Lentamente paralizan la capacidad de actuar y pensar correctamente.
Tal vez esta parálisis espiritual explica parcialmente la violación sin sentido de los derechos humanos y su continuación a pesar de mucha publicidad y oposición. El deterioro y la pérdida del juicio moral y espiritual hace posible la explotación de personas desesperadas. Para muchas de estas víctimas vivir parece casi peor que morir. Muchos están en las garras de la muerte. Por ejemplo, el pueblo de Corea del Norte ha sido rehén en su propia tierra durante setenta años.
Habiendo abierto una nueva posibilidad a una mujer samaritana, habiéndole dado a un hombre el don de la vista, Jesús devuelve hoy la vida a un hombre que estaba bajo las garras de la muerte en el sepulcro. Jesús manda: “¡Lázaro, sal fuera!” y les dice a los demás: “Desátenlo y déjenlo ir”. Finalmente, Jesús vence incluso a la muerte.
La muerte parece tan final y postrera. Pero decimos que es postrera, es decir, es el umbral para pasar a otra etapa de la vida. Las adicciones, la parálisis espiritual y las tiranías parecen tan permanentes y sin remedio. Pero Dios tiene la última palabra, no ellos. San Pablo pronuncia confiadamente: “Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos mora en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales, por su Espíritu que mora en vosotros”.
A través del Espíritu que mora en nosotros, podemos ser liberados de la esclavitud del pecado e incluso de la muerte. Jesús quiere desatarnos del cautiverio a través del Bautismo y la Confirmación, a través del Sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía. Estamos invitados a sumergirnos en la misericordia de nuestro amoroso Dios que restaura la vida al celebrar estos sacramentos.
Oramos por aquellos que recibirán los Sacramentos de Pascua, y por aquellos encadenados por fuerzas y condiciones mortales para encontrar caminos hacia la verdadera libertad y vida.
Padre Paul D. Lee