Podemos encontrarnos diciendo: “¡Lo mismo de siempre, lo mismo de siempre!” Atrapados en la costumbre de la rutina diaria, podemos estar acostumbrados al viejo fatalismo y los hábitos y maneras, incluso recurriendo al pesimismo. Esta tendencia puede ser más pronunciada a medida que envejecemos. Sin embargo, se nos da un horizonte totalmente nuevo: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Libro de Apocalipsis 21:5). ¿Cómo entendemos eso?
Quizás un buen punto de partida sean las fascinantes palabras de San Agustín: “¡Oh Belleza, siempre antigua, siempre nueva!” Por supuesto, se estaba refiriendo a Dios como la Belleza que es antigua y nueva al mismo tiempo. La Palabra de Dios está siempre presente. Con la venida de Jesús a nosotros, Dios nos muestra una nueva forma de entender a Dios y una nueva forma de relacionarnos unos con otros.
Nuestro Dios se relaciona íntima y amorosamente con nosotros mientras seca nuestras lágrimas: “He aquí, la morada de Dios está con la raza humana. Él morará con ellos y ellos serán su pueblo y Dios mismo estará siempre con ellos como su Dios. Enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá más muerte, ni llanto, ni tristeza, ni dolor, porque el antiguo orden ha pasado” (Apocalipsis 21:3-4).
La gente con frecuencia se refiere a Dios como "alguien de arriba", lo que me hace temblar. Eso es extraño a nuestra comprensión cristiana de Dios que viene a nosotros y mora entre nosotros, no distante en alguna parte.
La forma en que Dios se manifiesta y la manera en que interactúa con nosotros no es algo que imponemos. Más bien, Dios en su absoluta libertad escoge el camino. Ese punto es fundamental para comprender la doctrina de la Santísima Trinidad. El 'tres en uno' ciertamente no es una cuestión de acrobacias numéricas. Lamentablemente, muchos caen en el error común del modalismo que asume que la Trinidad se trata de tres manifestaciones o modos de Dios como creador, redentor y santificador.
La morada recíproca del Padre y del Hijo por medio del Espíritu, vínculo de amor, es el maravilloso misterio de Dios manifestado a nosotros en la historia de la salvación. Por el mismo Espíritu hemos sido incorporados a la comunión de las Personas Divinas. Este es el misterio y la vocación de la persona humana como interlocutor de Dios en el diálogo.
Juan 17, 21-23 nos muestra nuestra sublime llamada y dimensión: “No ruego sólo por ellos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, lo eres en mí y yo en ti, para que ellos también sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Y les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno, yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos como uno, para que el mundo sepa que tú me enviaste y que los amas como tú me amas a mí.”
Reflexiona y digiere estas palabras una y otra vez. En una morada recíproca dinámica y amorosa de las Personas Divinas, en las que nos adherimos e incorporamos. Estamos invitados e incluidos en la danza Divina. Sí, nuestra vida Cristiana se trata de 'nuestra danza con Dios', ¡infinitamente más cautivador y encantador que 'bailar con las estrellas'! Cristo Resucitado nos sigue sorprendiendo cuando le abrimos la mente y el corazón.
Conoce tu dignidad y alegría como compañeros de diálogo y danza con Dios. Nuestro ser no es una existencia atómica aislada, sino de una red de relaciones amorosas y liberadoras. La doctrina de la Trinidad proporciona un modelo o una gramática a la vida Cristiana porque revela quién es Dios y cómo obra Dios, lo que proyecta luz sobre quiénes somos y cómo debemos actuar y relacionarnos unos con otros. “¡He aquí, yo hago nuevas todas las cosas!”
Fr. Paul D. Lee