La relación entre el Estado y la Iglesia ha sido variada y con frecuencia turbulenta, especialmente en lo que respecta al alcance de sus poderes dentro de la esfera de actividad de cada uno. Después de los primeros tres siglos de lucha heroica de la iglesia bajo persecuciones, la libertad religiosa finalmente estuvo garantizada, pero hubo dos desarrollos diferentes en el Imperio Romano. En Oriente, la iglesia apoyaba al emperador, quien también afirmaba representar la autoridad divina. Al aceptar estas afirmaciones, la iglesia a su vez respaldó el cesaropapismo, es decir, la sumisión de la iglesia a las afirmaciones religiosas del orden político dominante.
En Occidente, sin embargo, debido al declive de la autoridad imperial occidental, la iglesia se convirtió en una autoridad relativamente independiente en asuntos temporales y eternos. Al comienzo de este período, el Papa Gelasio I declaro la doctrina de las “dos espadas” (espiritual y temporal), en la que la Iglesia y el Estado tenían el mismo estatus.
Los levantamientos religiosos del siglo XVI, la Reforma Protestante en particular, reflejaron las tensiones políticas entre los grupos nacionales emergentes y la autoridad imperial centralizada, así como las muchas otras fuerzas sociales y económicas que actuaban en la Europa de finales de la Edad Media.
Cuando existen estructuras de autoridad separadas, son posibles muchas relaciones. En un extremo está el acatamiento de la política a la religión, como en una “hierocracia”. El otro extremo implica la obediencia de las instituciones religiosas al régimen político, como en el cesaropapismo. Entre estos extremos hay varias relaciones que van desde una iglesia dominada por el Estado hasta un orden político teocrático. La frase “iglesia y estado” representa un marco para comprender cómo se relacionan la religión y el gobierno cuando estas diferentes instituciones hacen reclamos formales dentro de la misma sociedad.
Al decir: “Pagad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, Jesús condena expresamente todo intento de hacer divino o absoluto el poder temporal, porque sólo Dios puede exigirlo todo al hombre. Al mismo tiempo, el poder temporal tiene derecho a lo que le corresponde.
Pero es del orden moral de donde la autoridad deriva su poder para imponer obligaciones y su legitimidad moral, no de una voluntad arbitraria o de la sed de poder. “En sus ámbitos propios, la comunidad política y la iglesia son mutuamente independientes y autónomas (Vaticano II, Gaudium et Spes, 76)”. La iglesia se organiza de manera adecuada para satisfacer las necesidades espirituales de los fieles, mientras que las diferentes comunidades políticas dan origen a relaciones e instituciones que están al servicio de todo lo que forma parte del bien común temporal. La autonomía mutua de la Iglesia y de la comunidad política no implica una separación que excluya la cooperación (cf. Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 2004, 164-183).
La Iglesia existe en y para el mundo. A través de la promulgación y la entrega definitivas de Dios en la encarnación (hecho hombre) de Jesús, a la Iglesia se le confía la tarea de continuar la obra de Cristo como sacramento de salvación para el mundo. Esa es nuestra noble identidad y misión como Iglesia, Cuerpo de Cristo.
Padre Paul D. Lee